Este movimiento tuvo sus orígenes conocidos hacia
el año 1925, cuando el alto costo de la vivienda
obligó al pueblo a una protesta que se manifestó
por las calles. Alarmado el Presidente Chiari ante la magnitud
del problema llamó para aplacarle a las tropas americanas
acantonadas en la Zona del Canal, las que mataron más de
veinticinco inquilinos pobres e hirieron a muchos más, por
el solo delito de pedir
la rebaja de los alquileres. Este grave problema, latente desde
esa época, hizo crisis en 1932, pues se había ido
agravando con la ineptitud o mala fe de los gobiernos que se
sucedieron desde entonces y debido a la depresión
económica que azotaba las playas
panameñas.
El problema de la vivienda en Panamá es muy
complicado debido al sistema de construcción; las casas de
inquilinato son colectivas y constituyen una lacra y una
vergüenza. Los capitalistas panameños saben
cómo explotar sus capitales construyendo casas-pueblos,
incómodas, antihigiénicas, pero que les producen un
alto tipo de interés
que llega hasta el dieciséis por ciento al año, y
ni industrias, ni
cultivos, ni almacenes llaman
su atención. ¡Solamente casas de
alquileres! Estas inmensas jaulas, que podríamos llamar,
se componen de unos setenta o más cuartos que, a lo sumo,
miden doce metros cuadrados y allí se aglomeran las
numerosas familias de los trabajadores panameños. Los
cuartos están separados por un tabique delgado y en lo
alto, hay una rejilla para la ventilación; hay
además dos excusados y un baño que
únicamente necesidades urgentes pueden obligar a usarlos.
Las casas son de madera
y techo de zinc: algunas veces pintadas. Una tremenda
promiscuidad reina en ellas; allí viven mujeres de la vida
airada, aves
pálidas, hijas del arroyo. En otros cuartos contiguos,
viven familias numerosas con hijos, quienes oyen hasta los
suspiros que exhalan, escuchan las blasfemias, ven por las
rendijas las obscenidades que allí se desarrollan y, en
este ambiente,
aprenden y se transforman en niños viejos, carne de
prostíbulo y de cabaret, de correccional y de presidio.
Estas casas que son verdaderos pueblos, tienen cuartos que dan a
callejones indecentes y malolientes en los que no entra el sol, ni
siquiera el aire;
están infestadas de tuberculosis,
pero su alquiler es de ocho, diez, y hasta quince dólares
al mes. Allí crecen el vicio y las epidemias; allí
se asesina un pueblo: se corrompe a su niñez y se la
empuja a la delincuencia y
a la prostitución sin que esto preocupe,
emocione o inquiete a nuestros gobernantes dueños de casa.
Chorrillo, Granillo, Santa Ana, Guachapalí,
Marañón, Calidonia y San Miguel, barrios pobres de
los trabajadores panameños, barrios sucios y humillantes,
trágicos y pestilentes, en donde el obrero paga su tributo
de sangre al Dios
Capitalismo,
nuevo Moloch insaciable de víctimas; la tuberculosis,
sífilis, blenorragia, alcoholismo y
demencia son la secuela de esta situación. Pero el casero
o su cobrador, impasibles antes esos cuadros de miseria, recorren
bien temprano por la mañana cada casa y cada cuarto
cobrando y amenazando al que no paga; echándose como
verdugos sobre esas pobres gentes, que a veces no tienen ni con
qué desayunarse ni con qué "encender el
fogón". Pero si no paga, el gendarme y el Juez vienen
pronto a lanzarles a la calle sus pobres muebles y sus
desvencijados "trastos".
Una situación como ésta provocó la
revuelta pacífica, la protesta cívica de las masas
inquilinarias de la capital. Se formó un Comité que
convocó a un Congreso y este Congreso se transformó
en la liga de Inquilinos. Esta nombró un cuerpo de
abogados consultores y defensores del que tuve el honor de formar
parte. Nuestra lucha contra caseros, cobradores policías,
jueces y leyes, fue brava. Todo estaban en contra nuestra, los
lanzamientos de los inquilinos y desahucios se sucedían
vertiginosamente, ya que ni súplicas ni amenazas
detenían la ofensiva de los caseros. Entonces fue cuando
la Liga ordenó la "huelga de no pago". Los Comités
de Santa Ana, Guachapalí, Calidonia, Granillo, fueron
asaltados por la policía que, revólver en mano y
tolete en alto, rompían cabezas, detenían
"comunistas", "anarquistas", "terroristas"; sin embargo, en todo
el curso de la lucha, no hubo ni un atentado ni amago de
incendio, nada, absolutamente nada; todos los inquilinos
mantuvieron orden y compostura. Pero la policía
disolvía las reuniones públicas y privadas y
arrestaba a los líderes.
El Presidente Alfaro convocó una reunión
en la presidencia a la cual asistieron delegados de los
inquilinos, entre los cuales figuraban: Cristóbal Segundo,
Samuel Casis, Pío Guerrero González y F. Lara, y
por parte de los caseros: Anastasio Ruíz, Carlos Muller y
otros que no recuerdo. Esta conferencia
directa fracasó, a pesar de los esfuerzos del Presidente,
y fracasó debido a la intransigencia de los propietarios.
La huelga siguió su curso hasta que el Presidente Alfaro
dictó un decreto-ley declarando suspendidas las
garantías constitucionales y rebajando los alquileres en
un treinta por ciento.
Con todos los directores de la Liga de Inquilinos
detenidos, y con las garantías constitucionales
suspendidas se abrió la segunda etapa de la lucha, que
consistía en poder conseguir una ley justa que protegiese
los intereses de los inquilinos. Esta vez actué como
vocero de los inquilinos, es decir, del pueblo de Panamá,
asesorado por una Junta Consultiva formada por Diógenes De
la Rosa, Domingo H. Turner, Cristóbal Segundo, Jorge
Brower, Leonel Urriola, Alberto Quintana Herrera, José
Vacaro y José A. Mendieta. Se reunió un gran
congreso en la calle 3 de Noviembre, del barrio del
Marañen, y allí se discutieron y se aprobaron las
reivindicaciones de los inquilinos y se me entregaron para que yo
les planteara ante la Asamblea Nacional. Eran como
sigue:
Resolución sobre bases para un Proyecto de
Ley-Inquilinaria.
La Segunda Asamblea General de la Liga de Inquilinos y
Subsistentes de Panamá.
Considerando:
a. Que actualmente se encuentra planteada en la Asamblea
Nacional solución legal al problema
inquilinaria;
b. Que con tal fin han sido presentados a la
consideración de] referido cuerpo dos leyes de
inquilinato: uno elaborado por el diputado Dr. Demetrio A.
Porras, y otros por la comisión que designó con tal
fin la misma Asamblea Nacional.
c. Que aun cuando la Asamblea General de la Liga de
Inquilinos y demás organismos de la misma están
convencidos de que el problema inquilinario, dentro del
Régimen de Propiedad vigente no puede tener
solución definitiva y que cualquier medida de orden legal
que se adopte, no paliará el conflicto entre inquilinos y
caseros.
d. Que no obstante esto, es de todo punto imposible
evitar la interferencia del poder
Legislativo en la cuestión; y que frente a esta
circunstancia, la Liga de Inquilinos y Subsistencias, por medio
de sus máximo organismo, debe dar a conocer las bases
conforme a las cuales exige se expida una Ley de Inquilinato que
rija las relaciones contractuales entre propietarios e
inquilinos, hasta tanto que las nuevas condiciones demanden su
revisión total o parcial;
RESUELVE:
La Ley de Inquilinato de la Asamblea Nacional expone
debe descansar sobre las siguientes bases:
a. Reducir el tipo de alquileres vigentes en un 50% y
fijar el tipo de la ganancia del capital invertido en
construcciones de alquiler al 3% anual;
b. Ajustar las edificaciones a un riguroso reglamento
en materia de higienización y confort y ordenar la
inmediata demolición de los edificios que no se ajusten
a dichas exigencias;
c. Obligación de pintar interior y
exteriormente los edificios de alquiler por lo menos, 2 veces
al año;
d. Higienizar las habitaciones que hayan sido ocupadas
por individuos atacados de enfermedades contagiosas,
antes de ser ocupadas por otro;
e. Establecer el principio de responsabilidad a cargo del propietario por
accidentes
sobrevenidos a los ocupantes por causas de inseguridad
o mal estado del edificio;
f. Abolición absoluta del contrato de
subarrendamiento, salvo los casos en que se trate del negocio
de hoteles, casas de
huéspedes o pensiones;
h. Modificación de las disposiciones legales
sobre desahucio y lanzamiento, en los cuales se determine que
el inquilino sólo puede ser desahuciado en los casos
siguientes: por enfermedad contagiosa, locura o manifiesta
inmoralidad; por mora en el pago de la renta, por la
reconstrucción del edificio, o reparaciones que le hagan
incómodo o inhabitable, o cuando el edificio sea vendido
o arrendado para fines de asistencia pública. El
lanzamiento por mora sólo podrá ejercitarse con
los inquilinos que tengan ocupación; no así
contra los desocupados por causas forzosas, contra los enfermos
privados de salarios, renta, pensión o beneficio. El
pago de la renta se hará por períodos vencidos.
Toda estipulación en contrario carecerá de valor
legal;
i. Los bomberos voluntarios, como miembros de una
organización declarada de utilidad pública,
tendrán derecho a habitación gratuita;
j. Mientras dure la actual crisis fiscal y el
Gobierno esté imposibilitado para pagar a los agentes de
policía la totalidad de sus sueldos en dinero efectivo,
se les permitirá a dichos agentes el pago de la renta en
bonos
certificados u otros documentos
similares. Esta concesión se hará a los empleados
públicos hasta una tercera parte del
arrendamiento;
k. Las deudas acumuladas con motivo de la inquilinaria
del 'no pagado' serán condenadas;
1. las controversias que se susciten entre inquilinos y
propietarios, por razón del contrato de inquilinato y todo
lo relativo al cumplimiento de esta Ley, caerán bajo la
jurisdicción y competencia de
una Junta de Inquilinato, compuesta por un representante de la
Liga de Inquilinos y otros de los propietarios. Actuará
como dirigente en los casos de discordia, el tercer elegido, de
común acuerdo, por los dos representantes anteriores; la
elección no podrá recaer en ningún caso en
persona que sea propietaria, empleado público o empleado
particular de algún propietario.
El Proyecto de Ley presentado por mí contemplaba
las mismas bases con pequeñas variaciones. En la
elaboración de este proyecto fui asesorado por
Diógenes de la Rosa y por Domingo Tur-ner, quienes
habían sido nombrados conmigo para la redacción del proyecto de Ley Inquilinaria.
Con el proyecto de Ley redactamos una exposición
de motivos demostrando que el problema de la vivienda era apenas
un sector del gran problema social.
Por supuesto que los diputados caseros que había
en la Cámara, no estaban dispuestos a aceptar una Ley de
esta clase sin
pelea, ya que en problemas de
esta magnitud no pueden usarse demagogias politiqueras. Era un
planteamiento de la lucha de clases que las "gentes bien" niegan
que exista, pero que la realidad nos demuestra diariamente, y no
como ellos sostienen, porque seamos nosotros los que la creamos,
pues nosotros no hacemos mas que canalizarla para evitar un
desbordamiento inconsciente y peligroso para la misma estabilidad
del país. El Presidente Dr. Ricardo J. Alfaro tuvo que
rendir un informe especial
a la supresión de las garantías constitucionales y
de los sacrosantos derechos individuales y así
llevó el problema inquilinario al Parlamento. Allí,
como representante del pueblo, cumplí con mi deber;
defendí a ese pueblo, no por amor a las
masas, sino porque yo formo parte de ellas, porque como inquilino
sufría en mi propia carne la explotación sin
misericordia de los propietarios de casas, cuya única
finalidad es enriquecerse en poco tiempo a costa del sacrificio
de los inquilinos. Era justicia lo que pedíamos y no
amor.
Mis discursos e
interpelaciones eran aplaudidos y respaldados por miles de
hombres y mujeres cuyas manifestaciones hacían temblar a
la Asamblea Nacional, a los caseros y al gobierno, al cual se le
veía impotente.
La Ley fue presentada y el informe discutido
según se podrá ver en el Diario de Panamá de
esa época. Cada artículo de la Ley significaba una
lucha terrible, y fui respaldado, ayudado y asesorado en la
Asamblea por los diputados Víctor Florencio Goytía,
José Daniel Crespo, Raimundo Ortega Victo y otros:
auténticos y honrados representantes del
pueblo.
Al terminar las sesiones el pueblo que seguía
ansioso el curso de ellas desde la barra y los alrededores del
Teatro Nacional
donde se reunía la Asamblea Nacional, me acompañaba
en masa hasta mi casa. La ciudad estaba virtualmente en nuestras
manos al llegar Harmodio Arias al poder. Las masas esperaban a
que su candidato el "candidato de los pobres", resolvería
el caso favorablemente; olvidaban que el Dr. Harmodio Arias era
también casero y que la lucha era clasista y no política. Pronto se
dieron cuenta de eso: el 24 de octubre de 1932 tuve un incidente
con el presidente de la Asamblea, bastante grave, debido
quizás al acaloramiento de la discusión. El 25 se
aprobaron, después de una reñida batalla, varios
artículos presentados por mí y Ortega Victo, y
aprobados ya por la Liga de Inquilinos. El pueblo seguía
con ansiedad las vicisitudes de la lucha; miles de hombres y
mujeres se congregaban diariamente alrededor del Palacio Nacional
donde existía un ambiente muy tenso; pero bomberos y
policías fraternizaban con los inquilinos. El día
26 se aprobó el artículo sobre el canon de alquiler
por el que se hacía una justa rebaja en los alquileres. El
pueblo delirante recorrió las calles de la ciudad y entre
gritos de júbilo me acompañó hasta mi casa.
Sin embargo, en la mañana del día 27 me avisaron
que la Asamblea estaba reunida sin haber citado a los diputados
defensores de la ley inquilinaria. Volé hacia el Palacio,
avisé a varios "camaradas" que fueran inmediatamente a los
comités de barrio para advertir a todos y que acudiesen a
la Asamblea en el mayor número posible. Mis temores se
confirmaron. La Asamblea, que había aprobado la rebaja y
el canon el día anterior, había echado por tierra el
artículo y, en reconsideración, lo rechazaba.
Ninguno de los defensores de la ley estaba presente. Apenas me
vieron entrar las barras, comenzaron a aplaudir y a gritar; el
presidente, con este pretexto, cerró la sesión. Yo
protesté, pero no se me hizo caso. Entonces comenzó
una gritería enorme. Las masas estaban indignadas y al
salir el presidente de la Asamblea fue agredido por la multitud;
corrí a protegerle, al ser llamado, y trepando a una
ventana de una de las casas que dan frente al Parque de Bolívar,
pedí al público que no perdiera la serenidad, para
no perder la batalla. Me solicitaron entonces fuéramos a
la Presidencia de la República a protestar, y yo les
acompañé. Diez mil almas rompieron los cordones de
la policía y llegamos frente al Palacio de las Garzas.
Subí yo solo las gradas que estaban custodiadas por
miembros de Acción Comunal quienes, revólver en
mano me miraban avanzar en actitud
hostil. Es curioso que muchos de esos hombres que en ese momento
se oponían a las justas reivindicaciones del pueblo, por
adhesión incondicional a Harmodio Arias, más tarde,
al romper con éste, por intereses meramente personales, me
reprocharon no hubiera yo aprovechado esos momentos para
apoderarme del poder y sacar al que ellos habían
considerado como un símbolo. No comprendían que a
mí, en esa lucha, no me guiaba ningún
interés político inconfesable y que lealmente
luchaba por obtener reivindicaciones específicas de la
clase trabajadora de mi país, y que la Presidencia, a
mí, no me quitaba el sueño.
Dentro del salón encontré a un grupo de
propietarios encabezado por Carlos Muller, quienes me miraron
temerosos y asombrados. El Dr. Harmodio Arias, pálido y
nervioso, me recibió con deferencia y prometió
resolver el problema rogándome le diera una oportunidad
puesto que solamente tenía veintisiete días de
detentar el poder. Me aseguró que él
encontraría una solución dentro del marco de
nuestra vieja Constitución. A mi solicitud, salió
conmigo al balcón de la presidencia y las masas, al verlo,
irrumpieron en gritos. Algunos gritaban: "tíranos al
Cholito", "quédese usted". Tomé la palabra y
dirigiéndome al pueblo le dije lo que me había
prometido el Presidente y éste, en breves palabras, lo
confirmó. De allí, me acompañaron a mi casa.
La ola de indignación crecía por momentos; ya era
toda la ciudad que se estremecía. Elementos
políticos adversarios al Presidente, aunque también
dueños de casas, tomaron parte activa en esta
campaña de agitación. Esto no me agradaba, puesto
que nuestra lucha no era política, sino de carácter
económico. Nuestra suprema ambición era resolver un
problema grave para el país y resolverlo a favor de los
explotados, de las grandes masas que hicieron posible que el Dr.
Arias, "candidato de los pobres", fuera a la presidencia, y yo,
como amigo del presidente, no deseaba que éste traicionara
al pueblo y se convirtiera en "presidente de los ricos". Por la
tarde, se congregaron alrededor del Palacio Nacional y del Teatro
miles y miles de individuos que esperaban ansiosos la
sesión de la Asamblea; pero fue en vano. Los diputados,
temerosos, no quisieron reunirse. Pocos de ellos paseaban
nerviosos por el salón de sesiones. El teatro estaba
completamente lleno, y afuera, en la plaza de Bolívar la
muchedumbre era compacta. Los camaradas improvisaban tribunas y
hablaban al pueblo. Frente a la Iglesia de San
Francisco, el gentío era impenetrable; querían
entrar en el teatro, pero no era posible puesto que en él
había ya más de tres mil hombres.
La imprudencia de unos oficiales prendió la mecha
que hubiera sido fatal para nuestra existencia como nación,
si los líderes que encabezábamos este movimiento no
hubiéramos tenido suficiente aplomo para conjurar el
peligro. El capitán Ardito Barletta, quiso desalojar a los
que estaban dentro del salón de sesiones y comenzó
a disparar tiros al aire como un loco, y violando así la
Constitución y las leyes del país. Inmediatamente,
los que estaban afuera empezaron a arrancar hierros de los
albañales y armarse contra un grupo de
oficiales; la policía mientras tanto permanecía
neutral e impasible. De una pedrada, fue derribado el
capitán Luti, quien sangrando de la frente, gritaba al
pueblo que él era su amigo y que le escucharan. Ante esta
situación, salí yo a la calle en
compañía de los valientes diputados Goytía y
Crespo y como sabía que en esos momentos centenares de
soldados yanquis, en trajes de compaña, estaban alineados
en la Calle 4 de Julio, esperando una llamada del Presidente de
la República (quien para honor suyo no la utilizó,
salvando así al país, a su gobierno y a sí
mismo de una afrenta y de un nuevo bochorno) dispuse ponerme al
frente de una manifestación que corrió toda la
Avenida Central y fue a morir en el Marañón, barrio
que era la citadela de los inquilinos.
Al día siguiente de estos acontecimientos, la
mayoría de la Asamblea, con excepción de los
diputados Goytía, Crespo, Sucre, Ortega Vieto y yo, se
reunió en la Presidencia y formaron un Bloque
Patriótico Nacional. Al ser yo llamado a Palacio, me
invitaron a formar parte de ese bloque, pero yo rehusé
alegando su injustificación, puesto que ningún
peligro exterior nos amenazaba y si se formaba, tenía que
ser contra los inquilinos y así opinó Ortega Vieto,
que estaba presente. Más tarde, Harmodio Arias
presentó un proyecto de artículo nuevo para
reemplazar el que había sido derogado. Este
artículo establecía una moratoria parcial en lugar
de la rebaja. En el fondo, era cuestión de palabras
solamente, de forma. Este artículo fue
aprobado.
El Comandante Guardia, cuñado del Presidente de
la República, había ya reformado la policía
con elementos traídos del interior y que no
conocían nada del problema puesto que no habían
sufrido por su causa. Estos policías, armados hasta los
dientes y dirigidos por el Alcalde Héctor Valdés,
impidieron que el pueblo pasase al recinto de la Asamblea.
Establecieron un cordón de acero y metralla
en el mismo lugar donde existía antes la puerta de tierra
que separaba los "ñopos", "godos", de los "negros del
arrabal".
El día 29 por la mañana, al salir de la
Asamblea donde había tenido lugar una sesión del
Comité Central de la Liga, que se reunía
clandestinamente y donde se empleaba el nombre inexistan-te de
Ernesto Sandoval como Secretario General, fui seguido y
atropellado por el coche de un colega diputado perteneciente al
Bloque Nacional
Maltrecho, me recogieron debajo de mi pequeño
automóvil mientras mi colega desaparecía. Quisieron
llevarme al Hospital Santo Tomás para reconocerme, pero
algunos camaradas que llegaron oportunamente al lugar,
dispusieron trasladarme a mi casa, donde minutos más tarde
me trataba el Dr. Sergio González, amigo y compadre
mío. Apenas se enteraron de mi accidente, miles y miles de
compañeros desfilaron por mi casa. El colega causante,
impresionado por la actitud del pueblo contra él, dio unas
explicaciones que yo, para evitar un desenlace fatal,
corroboré.
Ocho días estuve obligado a permanecer en el
lecho. Los colegas Ortega, Goytía y Crespo habían
quedado en avisarme cuando volviesen a tratar la Ley
Inquilinaria, cuya discusión había sido suspendida.
Una tarde que ya me sentía mejor, me avisó Ortega
Victo que se iba a discutir de nuevo la ley. Contra las protestas
de mi familia y amigos
dispuse asistir a la Asamblea Nacional y en brazos me llevaron
hasta un coche y en brazos fui llevado desde el auto hasta el
pupitre del salón de sesiones de la augusta Cámara.
Casi desmayándome de dolor, tomé la palabra y con
voz queda, insegura, pronuncié el discurso reproducido a
continuación, tomado por el reportero parlamentario del
"Diario de Panamá", Ledo. Joaquín Fernando Franco y
publicado en ese periódico:
muy bonito
ResponderEliminaresta largo ¡_¡
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