jueves, 30 de agosto de 2012

lucha inquilinaria de 1925

El Movimiento Inquilinario
Este movimiento tuvo sus orígenes conocidos hacia el año 1925, cuando el alto costo de la vivienda obligó al pueblo a una protesta que se manifestó por las calles. Alarmado el Presidente Chiari ante la magnitud del problema llamó para aplacarle a las tropas americanas acantonadas en la Zona del Canal, las que mataron más de veinticinco inquilinos pobres e hirieron a muchos más, por el solo delito de pedir la rebaja de los alquileres. Este grave problema, latente desde esa época, hizo crisis en 1932, pues se había ido agravando con la ineptitud o mala fe de los gobiernos que se sucedieron desde entonces y debido a la depresión económica que azotaba las playas panameñas.
El problema de la vivienda en Panamá es muy complicado debido al sistema de construcción; las casas de inquilinato son colectivas y constituyen una lacra y una vergüenza. Los capitalistas panameños saben cómo explotar sus capitales construyendo casas-pueblos, incómodas, antihigiénicas, pero que les producen un alto tipo de interés que llega hasta el dieciséis por ciento al año, y ni industrias, ni cultivos, ni almacenes llaman su atención. ¡Solamente casas de alquileres! Estas inmensas jaulas, que podríamos llamar, se componen de unos setenta o más cuartos que, a lo sumo, miden doce metros cuadrados y allí se aglomeran las numerosas familias de los trabajadores panameños. Los cuartos están separados por un tabique delgado y en lo alto, hay una rejilla para la ventilación; hay además dos excusados y un baño que únicamente necesidades urgentes pueden obligar a usarlos. Las casas son de madera y techo de zinc: algunas veces pintadas. Una tremenda promiscuidad reina en ellas; allí viven mujeres de la vida airada, aves pálidas, hijas del arroyo. En otros cuartos contiguos, viven familias numerosas con hijos, quienes oyen hasta los suspiros que exhalan, escuchan las blasfemias, ven por las rendijas las obscenidades que allí se desarrollan y, en este ambiente, aprenden y se transforman en niños viejos, carne de prostíbulo y de cabaret, de correccional y de presidio. Estas casas que son verdaderos pueblos, tienen cuartos que dan a callejones indecentes y malolientes en los que no entra el sol, ni siquiera el aire; están infestadas de tuberculosis, pero su alquiler es de ocho, diez, y hasta quince dólares al mes. Allí crecen el vicio y las epidemias; allí se asesina un pueblo: se corrompe a su niñez y se la empuja a la delincuencia y a la prostitución sin que esto preocupe, emocione o inquiete a nuestros gobernantes dueños de casa. Chorrillo, Granillo, Santa Ana, Guachapalí, Marañón, Calidonia y San Miguel, barrios pobres de los trabajadores panameños, barrios sucios y humillantes, trágicos y pestilentes, en donde el obrero paga su tributo de sangre al Dios Capitalismo, nuevo Moloch insaciable de víctimas; la tuberculosis, sífilis, blenorragia, alcoholismo y demencia son la secuela de esta situación. Pero el casero o su cobrador, impasibles antes esos cuadros de miseria, recorren bien temprano por la mañana cada casa y cada cuarto cobrando y amenazando al que no paga; echándose como verdugos sobre esas pobres gentes, que a veces no tienen ni con qué desayunarse ni con qué "encender el fogón". Pero si no paga, el gendarme y el Juez vienen pronto a lanzarles a la calle sus pobres muebles y sus desvencijados "trastos".
Una situación como ésta provocó la revuelta pacífica, la protesta cívica de las masas inquilinarias de la capital. Se formó un Comité que convocó a un Congreso y este Congreso se transformó en la liga de Inquilinos. Esta nombró un cuerpo de abogados consultores y defensores del que tuve el honor de formar parte. Nuestra lucha contra caseros, cobradores policías, jueces y leyes, fue brava. Todo estaban en contra nuestra, los lanzamientos de los inquilinos y desahucios se sucedían vertiginosamente, ya que ni súplicas ni amenazas detenían la ofensiva de los caseros. Entonces fue cuando la Liga ordenó la "huelga de no pago". Los Comités de Santa Ana, Guachapalí, Calidonia, Granillo, fueron asaltados por la policía que, revólver en mano y tolete en alto, rompían cabezas, detenían "comunistas", "anarquistas", "terroristas"; sin embargo, en todo el curso de la lucha, no hubo ni un atentado ni amago de incendio, nada, absolutamente nada; todos los inquilinos mantuvieron orden y compostura. Pero la policía disolvía las reuniones públicas y privadas y arrestaba a los líderes.
El Presidente Alfaro convocó una reunión en la presidencia a la cual asistieron delegados de los inquilinos, entre los cuales figuraban: Cristóbal Segundo, Samuel Casis, Pío Guerrero González y F. Lara, y por parte de los caseros: Anastasio Ruíz, Carlos Muller y otros que no recuerdo. Esta conferencia directa fracasó, a pesar de los esfuerzos del Presidente, y fracasó debido a la intransigencia de los propietarios. La huelga siguió su curso hasta que el Presidente Alfaro dictó un decreto-ley declarando suspendidas las garantías constitucionales y rebajando los alquileres en un treinta por ciento.
Con todos los directores de la Liga de Inquilinos detenidos, y con las garantías constitucionales suspendidas se abrió la segunda etapa de la lucha, que consistía en poder conseguir una ley justa que protegiese los intereses de los inquilinos. Esta vez actué como vocero de los inquilinos, es decir, del pueblo de Panamá, asesorado por una Junta Consultiva formada por Diógenes De la Rosa, Domingo H. Turner, Cristóbal Segundo, Jorge Brower, Leonel Urriola, Alberto Quintana Herrera, José Vacaro y José A. Mendieta. Se reunió un gran congreso en la calle 3 de Noviembre, del barrio del Marañen, y allí se discutieron y se aprobaron las reivindicaciones de los inquilinos y se me entregaron para que yo les planteara ante la Asamblea Nacional. Eran como sigue:
Resolución sobre bases para un Proyecto de Ley-Inquilinaria.
La Segunda Asamblea General de la Liga de Inquilinos y Subsistentes de Panamá.
Considerando:
a. Que actualmente se encuentra planteada en la Asamblea Nacional solución legal al problema inquilinaria;
b. Que con tal fin han sido presentados a la consideración de] referido cuerpo dos leyes de inquilinato: uno elaborado por el diputado Dr. Demetrio A. Porras, y otros por la comisión que designó con tal fin la misma Asamblea Nacional.
c. Que aun cuando la Asamblea General de la Liga de Inquilinos y demás organismos de la misma están convencidos de que el problema inquilinario, dentro del Régimen de Propiedad vigente no puede tener solución definitiva y que cualquier medida de orden legal que se adopte, no paliará el conflicto entre inquilinos y caseros.
d. Que no obstante esto, es de todo punto imposible evitar la interferencia del poder Legislativo en la cuestión; y que frente a esta circunstancia, la Liga de Inquilinos y Subsistencias, por medio de sus máximo organismo, debe dar a conocer las bases conforme a las cuales exige se expida una Ley de Inquilinato que rija las relaciones contractuales entre propietarios e inquilinos, hasta tanto que las nuevas condiciones demanden su revisión total o parcial;
RESUELVE:
La Ley de Inquilinato de la Asamblea Nacional expone debe descansar sobre las siguientes bases:
a. Reducir el tipo de alquileres vigentes en un 50% y fijar el tipo de la ganancia del capital invertido en construcciones de alquiler al 3% anual;
b. Ajustar las edificaciones a un riguroso reglamento en materia de higienización y confort y ordenar la inmediata demolición de los edificios que no se ajusten a dichas exigencias;
c. Obligación de pintar interior y exteriormente los edificios de alquiler por lo menos, 2 veces al año;
d. Higienizar las habitaciones que hayan sido ocupadas por individuos atacados de enfermedades contagiosas, antes de ser ocupadas por otro;
e. Establecer el principio de responsabilidad a cargo del propietario por accidentes sobrevenidos a los ocupantes por causas de inseguridad o mal estado del edificio;
f. Abolición absoluta del contrato de subarrendamiento, salvo los casos en que se trate del negocio de hoteles, casas de huéspedes o pensiones;
h. Modificación de las disposiciones legales sobre desahucio y lanzamiento, en los cuales se determine que el inquilino sólo puede ser desahuciado en los casos siguientes: por enfermedad contagiosa, locura o manifiesta inmoralidad; por mora en el pago de la renta, por la reconstrucción del edificio, o reparaciones que le hagan incómodo o inhabitable, o cuando el edificio sea vendido o arrendado para fines de asistencia pública. El lanzamiento por mora sólo podrá ejercitarse con los inquilinos que tengan ocupación; no así contra los desocupados por causas forzosas, contra los enfermos privados de salarios, renta, pensión o beneficio. El pago de la renta se hará por períodos vencidos. Toda estipulación en contrario carecerá de valor legal;
i. Los bomberos voluntarios, como miembros de una organización declarada de utilidad pública, tendrán derecho a habitación gratuita;
j. Mientras dure la actual crisis fiscal y el Gobierno esté imposibilitado para pagar a los agentes de policía la totalidad de sus sueldos en dinero efectivo, se les permitirá a dichos agentes el pago de la renta en bonos certificados u otros documentos similares. Esta concesión se hará a los empleados públicos hasta una tercera parte del arrendamiento;
k. Las deudas acumuladas con motivo de la inquilinaria del 'no pagado' serán condenadas;
1. las controversias que se susciten entre inquilinos y propietarios, por razón del contrato de inquilinato y todo lo relativo al cumplimiento de esta Ley, caerán bajo la jurisdicción y competencia de una Junta de Inquilinato, compuesta por un representante de la Liga de Inquilinos y otros de los propietarios. Actuará como dirigente en los casos de discordia, el tercer elegido, de común acuerdo, por los dos representantes anteriores; la elección no podrá recaer en ningún caso en persona que sea propietaria, empleado público o empleado particular de algún propietario.
El Proyecto de Ley presentado por mí contemplaba las mismas bases con pequeñas variaciones. En la elaboración de este proyecto fui asesorado por Diógenes de la Rosa y por Domingo Tur-ner, quienes habían sido nombrados conmigo para la redacción del proyecto de Ley Inquilinaria. Con el proyecto de Ley redactamos una exposición de motivos demostrando que el problema de la vivienda era apenas un sector del gran problema social.
Por supuesto que los diputados caseros que había en la Cámara, no estaban dispuestos a aceptar una Ley de esta clase sin pelea, ya que en problemas de esta magnitud no pueden usarse demagogias politiqueras. Era un planteamiento de la lucha de clases que las "gentes bien" niegan que exista, pero que la realidad nos demuestra diariamente, y no como ellos sostienen, porque seamos nosotros los que la creamos, pues nosotros no hacemos mas que canalizarla para evitar un desbordamiento inconsciente y peligroso para la misma estabilidad del país. El Presidente Dr. Ricardo J. Alfaro tuvo que rendir un informe especial a la supresión de las garantías constitucionales y de los sacrosantos derechos individuales y así llevó el problema inquilinario al Parlamento. Allí, como representante del pueblo, cumplí con mi deber; defendí a ese pueblo, no por amor a las masas, sino porque yo formo parte de ellas, porque como inquilino sufría en mi propia carne la explotación sin misericordia de los propietarios de casas, cuya única finalidad es enriquecerse en poco tiempo a costa del sacrificio de los inquilinos. Era justicia lo que pedíamos y no amor.
Mis discursos e interpelaciones eran aplaudidos y respaldados por miles de hombres y mujeres cuyas manifestaciones hacían temblar a la Asamblea Nacional, a los caseros y al gobierno, al cual se le veía impotente.
La Ley fue presentada y el informe discutido según se podrá ver en el Diario de Panamá de esa época. Cada artículo de la Ley significaba una lucha terrible, y fui respaldado, ayudado y asesorado en la Asamblea por los diputados Víctor Florencio Goytía, José Daniel Crespo, Raimundo Ortega Victo y otros: auténticos y honrados representantes del pueblo.
Al terminar las sesiones el pueblo que seguía ansioso el curso de ellas desde la barra y los alrededores del Teatro Nacional donde se reunía la Asamblea Nacional, me acompañaba en masa hasta mi casa. La ciudad estaba virtualmente en nuestras manos al llegar Harmodio Arias al poder. Las masas esperaban a que su candidato el "candidato de los pobres", resolvería el caso favorablemente; olvidaban que el Dr. Harmodio Arias era también casero y que la lucha era clasista y no política. Pronto se dieron cuenta de eso: el 24 de octubre de 1932 tuve un incidente con el presidente de la Asamblea, bastante grave, debido quizás al acaloramiento de la discusión. El 25 se aprobaron, después de una reñida batalla, varios artículos presentados por mí y Ortega Victo, y aprobados ya por la Liga de Inquilinos. El pueblo seguía con ansiedad las vicisitudes de la lucha; miles de hombres y mujeres se congregaban diariamente alrededor del Palacio Nacional donde existía un ambiente muy tenso; pero bomberos y policías fraternizaban con los inquilinos. El día 26 se aprobó el artículo sobre el canon de alquiler por el que se hacía una justa rebaja en los alquileres. El pueblo delirante recorrió las calles de la ciudad y entre gritos de júbilo me acompañó hasta mi casa. Sin embargo, en la mañana del día 27 me avisaron que la Asamblea estaba reunida sin haber citado a los diputados defensores de la ley inquilinaria. Volé hacia el Palacio, avisé a varios "camaradas" que fueran inmediatamente a los comités de barrio para advertir a todos y que acudiesen a la Asamblea en el mayor número posible. Mis temores se confirmaron. La Asamblea, que había aprobado la rebaja y el canon el día anterior, había echado por tierra el artículo y, en reconsideración, lo rechazaba. Ninguno de los defensores de la ley estaba presente. Apenas me vieron entrar las barras, comenzaron a aplaudir y a gritar; el presidente, con este pretexto, cerró la sesión. Yo protesté, pero no se me hizo caso. Entonces comenzó una gritería enorme. Las masas estaban indignadas y al salir el presidente de la Asamblea fue agredido por la multitud; corrí a protegerle, al ser llamado, y trepando a una ventana de una de las casas que dan frente al Parque de Bolívar, pedí al público que no perdiera la serenidad, para no perder la batalla. Me solicitaron entonces fuéramos a la Presidencia de la República a protestar, y yo les acompañé. Diez mil almas rompieron los cordones de la policía y llegamos frente al Palacio de las Garzas. Subí yo solo las gradas que estaban custodiadas por miembros de Acción Comunal quienes, revólver en mano me miraban avanzar en actitud hostil. Es curioso que muchos de esos hombres que en ese momento se oponían a las justas reivindicaciones del pueblo, por adhesión incondicional a Harmodio Arias, más tarde, al romper con éste, por intereses meramente personales, me reprocharon no hubiera yo aprovechado esos momentos para apoderarme del poder y sacar al que ellos habían considerado como un símbolo. No comprendían que a mí, en esa lucha, no me guiaba ningún interés político inconfesable y que lealmente luchaba por obtener reivindicaciones específicas de la clase trabajadora de mi país, y que la Presidencia, a mí, no me quitaba el sueño.
Dentro del salón encontré a un grupo de propietarios encabezado por Carlos Muller, quienes me miraron temerosos y asombrados. El Dr. Harmodio Arias, pálido y nervioso, me recibió con deferencia y prometió resolver el problema rogándome le diera una oportunidad puesto que solamente tenía veintisiete días de detentar el poder. Me aseguró que él encontraría una solución dentro del marco de nuestra vieja Constitución. A mi solicitud, salió conmigo al balcón de la presidencia y las masas, al verlo, irrumpieron en gritos. Algunos gritaban: "tíranos al Cholito", "quédese usted". Tomé la palabra y dirigiéndome al pueblo le dije lo que me había prometido el Presidente y éste, en breves palabras, lo confirmó. De allí, me acompañaron a mi casa. La ola de indignación crecía por momentos; ya era toda la ciudad que se estremecía. Elementos políticos adversarios al Presidente, aunque también dueños de casas, tomaron parte activa en esta campaña de agitación. Esto no me agradaba, puesto que nuestra lucha no era política, sino de carácter económico. Nuestra suprema ambición era resolver un problema grave para el país y resolverlo a favor de los explotados, de las grandes masas que hicieron posible que el Dr. Arias, "candidato de los pobres", fuera a la presidencia, y yo, como amigo del presidente, no deseaba que éste traicionara al pueblo y se convirtiera en "presidente de los ricos". Por la tarde, se congregaron alrededor del Palacio Nacional y del Teatro miles y miles de individuos que esperaban ansiosos la sesión de la Asamblea; pero fue en vano. Los diputados, temerosos, no quisieron reunirse. Pocos de ellos paseaban nerviosos por el salón de sesiones. El teatro estaba completamente lleno, y afuera, en la plaza de Bolívar la muchedumbre era compacta. Los camaradas improvisaban tribunas y hablaban al pueblo. Frente a la Iglesia de San Francisco, el gentío era impenetrable; querían entrar en el teatro, pero no era posible puesto que en él había ya más de tres mil hombres.
La imprudencia de unos oficiales prendió la mecha que hubiera sido fatal para nuestra existencia como nación, si los líderes que encabezábamos este movimiento no hubiéramos tenido suficiente aplomo para conjurar el peligro. El capitán Ardito Barletta, quiso desalojar a los que estaban dentro del salón de sesiones y comenzó a disparar tiros al aire como un loco, y violando así la Constitución y las leyes del país. Inmediatamente, los que estaban afuera empezaron a arrancar hierros de los albañales y armarse contra un grupo de oficiales; la policía mientras tanto permanecía neutral e impasible. De una pedrada, fue derribado el capitán Luti, quien sangrando de la frente, gritaba al pueblo que él era su amigo y que le escucharan. Ante esta situación, salí yo a la calle en compañía de los valientes diputados Goytía y Crespo y como sabía que en esos momentos centenares de soldados yanquis, en trajes de compaña, estaban alineados en la Calle 4 de Julio, esperando una llamada del Presidente de la República (quien para honor suyo no la utilizó, salvando así al país, a su gobierno y a sí mismo de una afrenta y de un nuevo bochorno) dispuse ponerme al frente de una manifestación que corrió toda la Avenida Central y fue a morir en el Marañón, barrio que era la citadela de los inquilinos.
Al día siguiente de estos acontecimientos, la mayoría de la Asamblea, con excepción de los diputados Goytía, Crespo, Sucre, Ortega Vieto y yo, se reunió en la Presidencia y formaron un Bloque Patriótico Nacional. Al ser yo llamado a Palacio, me invitaron a formar parte de ese bloque, pero yo rehusé alegando su injustificación, puesto que ningún peligro exterior nos amenazaba y si se formaba, tenía que ser contra los inquilinos y así opinó Ortega Vieto, que estaba presente. Más tarde, Harmodio Arias presentó un proyecto de artículo nuevo para reemplazar el que había sido derogado. Este artículo establecía una moratoria parcial en lugar de la rebaja. En el fondo, era cuestión de palabras solamente, de forma. Este artículo fue aprobado.
El Comandante Guardia, cuñado del Presidente de la República, había ya reformado la policía con elementos traídos del interior y que no conocían nada del problema puesto que no habían sufrido por su causa. Estos policías, armados hasta los dientes y dirigidos por el Alcalde Héctor Valdés, impidieron que el pueblo pasase al recinto de la Asamblea. Establecieron un cordón de acero y metralla en el mismo lugar donde existía antes la puerta de tierra que separaba los "ñopos", "godos", de los "negros del arrabal".
El día 29 por la mañana, al salir de la Asamblea donde había tenido lugar una sesión del Comité Central de la Liga, que se reunía clandestinamente y donde se empleaba el nombre inexistan-te de Ernesto Sandoval como Secretario General, fui seguido y atropellado por el coche de un colega diputado perteneciente al Bloque Nacional
Maltrecho, me recogieron debajo de mi pequeño automóvil mientras mi colega desaparecía. Quisieron llevarme al Hospital Santo Tomás para reconocerme, pero algunos camaradas que llegaron oportunamente al lugar, dispusieron trasladarme a mi casa, donde minutos más tarde me trataba el Dr. Sergio González, amigo y compadre mío. Apenas se enteraron de mi accidente, miles y miles de compañeros desfilaron por mi casa. El colega causante, impresionado por la actitud del pueblo contra él, dio unas explicaciones que yo, para evitar un desenlace fatal, corroboré.
Ocho días estuve obligado a permanecer en el lecho. Los colegas Ortega, Goytía y Crespo habían quedado en avisarme cuando volviesen a tratar la Ley Inquilinaria, cuya discusión había sido suspendida. Una tarde que ya me sentía mejor, me avisó Ortega Victo que se iba a discutir de nuevo la ley. Contra las protestas de mi familia y amigos dispuse asistir a la Asamblea Nacional y en brazos me llevaron hasta un coche y en brazos fui llevado desde el auto hasta el pupitre del salón de sesiones de la augusta Cámara. Casi desmayándome de dolor, tomé la palabra y con voz queda, insegura, pronuncié el discurso reproducido a continuación, tomado por el reportero parlamentario del "Diario de Panamá", Ledo. Joaquín Fernando Franco y publicado en ese periódico:

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